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Tecnología for Dummies. Ep. III: Cómo se vive en el país de manzanolandia


Había una vez una hermosa pradera con un clima especial para los árboles frutales. Quizás por ello, las manzanas se veían por doquier, en su mayoría mordidas, pues la gente no puede ceder a la tentación de una jugosa manzana. Más si está brillosa. O iluminada.

Allí, en manzanolandia, muchos enanitos obreros trabajan muy duro. Trabajan en una mina, extrayendo joyas que toda la gente quiere tener, porque las joyas para los manzanolandianos tienen el mismo propósito que en otras ciudades, sean reales o de cuentos: mostrarlas.

De esta forma, se los puede ver a todos con sus joyas de 3,5″ y de 9,7″. Y todos toquetean el cristal del deseo, incrédulos ante todas las cosas que se pueden hacer con ellas. Las dan vuelta para ver cómo gira el reflejo. Las llevan en sus pantalones. Y se hipnotizan ante el dulce fulgor de una marca indeleble: una manzana brillante.

Pero el rey de Manzanolandia se apellida YOS, lo cual es un culto a la egolatría que reina por esas praderas. Es un hechicero de levita muy déspota que aprovecha sus poderes de conocer antes que el resto los gustos de la gente en joyas. También maneja como nadie las artes de la magia negra más letales: el oscurantismo, el secretismo, el diseño limpio y el marketing agresivo.

Por ejemplo, al pobre mercader Onira Brag, dueño de un par de almacenes en las Tierras Bajas, no lo dejaba exponer sus joyas a no ser que sean en un pedestal oficial de manzanolandia. Y todas dispuestas de cierta manera. El valor de cada pedestal es equivalente a una de las joyas de 9,7 pulgadas.

Y esas mesas especiales son creadas por expertos ebanistas de manzanolandia, quienes distribuyen cuatro varas de metal y tres tablas con un poco de criterio y en 10 minutos la arman. Algunos le llaman muebles de diseño, otro “wood art”. Para la gente común, es sólo una mesita, pero el marketing de manzanolandia hace que se vean como altares de la belleza.

En Manzanolandia existe un feroz hechizo, por el cual nadie tiene nombre. En realidad sí, pero nadie puede usarlo o, caso contrario, desaparecerá de la faz de Manzanolandia. Por ejemplo, si uno un día se topa con un capataz de manzanolandia, no puede decir que habló con él. Deberá decir que habló con un capataz de manzanolandia. Porque los nombres no importan, sólo importa hablar de las joyas.

Y los obreros trabajan como 60 horas por semana. Les encanta trabajar en Manzanolandia, algunos hasta se mueren por hacerlo. De hecho, dos se mataron el año pasado. Pero, al final de la jornada, todos los enanitos le avisan a su rey, al grito de “Ayyy YOS”, que se van a sus casas. ¿No me creen? Vean el video.

Importante: Los datos proporcionados provienen de habitantes de manzanolandia. Ninguno de los enanos citados en el cuento fue tratado con violencia.

Fuente de la imagenwww.wallpapershunt.com

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