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Los robots antes de los robots: Orígenes de los autómatas (Parte 2)


Esta nota fue publicada originalmente en la edición 297 de revista USERS. Podes suscribirte a la versión impresa y/o digital aquí

Por Alejandro Franco

Los años 50 marcan un punto de inflexión en la historia de los robots. Lo que ocurre es que, cinco años antes, la humanidad había ingresado de lleno en la Era Atómica (con los bombardeos nucleares de Hiroshima y Nagasaki en el final de la Segunda Guerra Mundial), y ello había puesto a la ciencia en el ojo de la tormenta. Mientras que algunos veían al átomo y a la comunidad científica como heraldos de un futuro promisorio, muchos otros pensaban que eran una horda de amorales, individuos embelesados con su propio intelecto y los cuales habían abierto la puerta a un inminente apocalipsis.r2-d2

La discusión sobre el rol de la ciencia en el futuro de la humanidad pronto se trasladó a los terrenos de la ciencia ficción. Esta formuló lecturas de todo tipo y calidad sobre la candente realidad. El cine aprovechó la euforia del momento y puso al sci-fi (hasta ese entonces relegado a seriales baratos, cómics y literatura popular) en la palestra de las grandes pantallas. Y, en toda esa vorágine, surgieron algunos prototipos robóticos de figura memorable. Entre ellos figura Gort, el implacable guardián mecánico de El Día que Paralizaron la Tierra (1951), y el amable sirviente Robby del clásico Planeta Prohibido (1956).

De la ficción a la realidad

Ciertamente no eran robots realistas (la tecnología de la época estaba a décadas de lograr algo remotamente parecido), pero sirvieron como punto de inspiración para generaciones enteras de futuros científicos. Estos pudieron imaginar primero y estudiar después los medios para intentar construir algo parecido a aquello que los había desvelado durante su juventud. Así surgió el primer robot real: Unimate, en 1961.

Desde ya, Unimate no era ni por asomo un autómata platinado con diseño de art decó al estilo de Gort; se trataba simplemente de un brazo mecánico programable. Desarrollado por George Devol a lo largo de la década del 50, recién pudo patentarlo en 1961 y terminó por vendérselo a la General Motors para su planta ensambladora de Ewing Township, Nueva Jersey. Se trató del primer robot industrial de la historia. ¿Su trabajo? Tomar piezas de acero candente y encastrarlas en el chasis de los autos de la línea de producción de la GM.

El implacable Gort se apresta a pulverizar a quienes atentaron contra su amo alienígena en esta escena de El Día que Paralizaron la Tierra (1951).
El implacable Gort se apresta a pulverizar a quienes atentaron contra su amo alienígena en esta escena de El Día que Paralizaron la Tierra (1951).

Inteligencia artificial

Mientras que los robots reales estaban en pañales, la comunidad científica se estaba preparando para las siguientes fases, aún cuando su materialización parecía imposible. Alan Turing formulaba en 1950 su famoso test para chequear el grado de independencia intelectual que podría tener una máquina inteligente. Por otra parte Isaac Asimov formulaba sus famosas Tres Leyes de la Robótica, en donde postulaba que los androides debían servir al hombre y preservar su existencia, amén de poder cuidar la suya propia. Vale decir, nadie concebía a los robots como títeres mecánicos (como ilustraba el clásico corto The Mechanical Monsters (1941) de la saga de Superman: autómatas dirigidos a control remoto y sin posibilidad de voluntad propia), sino que preveían su avance hasta el punto de una total independencia funcional. El concepto de robot pronto quedó asociado al de inteligencia artificial, anticipando que era necesario algún tipo de computador miniaturizado que hiciera las veces de cerebro, el centro de comando automático e independiente del androide.

Desde ya, en los años 50, eso era un imposible. Unimate era un mecanismo repetitivo, programable en una serie de funciones relativamente simples. Otros robots posteriores siguieron su mismo modelo. La Universidad de Standford diseñó un brazo robótico para asistir a pacientes discapacitados del hospital de Downey en 1963; mientras que Marvin Minsky desarrolló una serie de brazos robóticos de movimiento complejo y altamente articulados a partir de su prototipo de 1968.

Sin embargo, habría que esperar a 1970 con la aparición del primer modelo funcional de Shakey (un robot móvil capaz de reconocer el terreno y corregir automáticamente sus patrones de dirección) para obtener a un verdadero autómata capaz de tomar sus propias decisiones (por más básicas que fueran). El robot causaría tal impacto en el público que terminaría siendo homenajeado en una especie de versión asesina manufacturada en la Unión Soviética y plagada de armas letales en un capítulo de la popular serie El Hombre Nuclear (en el episodio 13 de la temporada 4, La Sonda Mortal).

Shakey no solo fue el primer robot móvil, sino también el primero dotado de una programación básica de inteligencia artificial. Esta le permitía reconocer obstáculos y particularidades del terreno, y hacer las correcciones pertinentes para llegar a su objetivo.
Shakey no solo fue el primer robot móvil, sino también el primero dotado de una programación básica de inteligencia artificial. Esta le permitía reconocer obstáculos y particularidades del terreno, y hacer las correcciones pertinentes para llegar a su objetivo.

Mejoras motrices

Ciertamente el tosco diseño de Shakey era mucho más pragmático y realista que cualquier diseño humanoide surgido de las páginas de la ciencia ficción literaria o cinematográfica. Eso, así fueran los Cibernautas de la serie británica de culto Los Vengadores (1961–1969), o los robots fuera de control del parque de diversiones Oestelandia (1973) escrita por Michael Crichton.

La realidad es que mantener el equilibrio sobre dos piernas de una máquina extremadamente pesada representaba un desafío tan complejo como inútil. El ordenador a cargo debía tener tal velocidad de procesamiento que fuera capaz de realizar multitud de correcciones ínfimas, pertinentes a distribución de peso y postura, en fracciones de segundo. Sin contar con el reto que implicaría que dicha máquina hiciera el intento de desplazarse a gran velocidad sobre superficies de textura y diseño impredecibles.

Un robot autómata de diseño realista debería ser algo más parecido a un “tanque inteligente”, dotado de orugas todo terreno, que le brinden una óptima distribución de peso a la vez que le proveen un medio de desplazamiento eficiente. Otros diseños físicamente creíbles son los multipodales, los cuales terminan dando a luz a máquinas similares a arañas mecánicas.

Mientras tanto, los brazos robóticos comenzaban a complejizarse. Los robots Freddy I y Freddy II, tenían una sensibilidad tal que les permitía ensamblar las partes minúsculas (y extremadamente delicadas) de juguetes pequeños como autos y barcos a escala, de un tamaño no mayor a la palma de la mano. Los Freddy eran manipulados por una Honeywell H316, dotada de apenas 16 Kb de memoria, y estaban programados con el lenguaje POP-2, uno de los primeros escritos especialmente para programación funcional. Este les permitía asimilar nuevas rutinas y, en apenas un par de días, el robot podía estar ejecutando nuevas acciones.

El pistolero androide (Yul Brynner) desata la rebelión en un parque de diversiones animado por robots en el filme Westworld (1973).
El pistolero androide (Yul Brynner) desata la rebelión en un parque de diversiones animado por robots en el filme Westworld (1973).

Una nueva esperanza

Y mientras la industria avanzaba a pasos lentos pero seguros, en una galaxia muy, muy lejana se asomaban dos androides que surcarían las pantallas de todo el mundo y crearían un nuevo estándar cinematográfico. No eran autómatas asesinos ni robots mudos y serviciales. Sino una delirante muestra –siquiera ficticia– de inteligencia artificial, dotados de personalidad propia y un inadecuado sentido de la aventura. 1977 marca la llegada de C3PO y R2D2, los escuderos del legendario héroe Luke Skywalker en el clásico La Guerra de las Galaxias… un filme que realimentaría los sueños de una nueva camada de creativos e inminentes científicos, ingenieros incipientes de un futuro que aún estaba por escribirse.

En la tercera parte de esta nota: la revolución de los microchips hacen posible la construcción de los primeros robots humanoides, y los autómatas se convierten en juguetes de consumo masivo.

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