2 marzo, 2009
Muchos se alarmarán al leer el título de esta entrada y me tildarán de simio o cavernícola (entre otros dulces piropos), pero la verdad es que si no fuera por este bendito tubérculo probablemente me hubiera encontrado en un accidente de tránsito o peor.
La cuestión fue más o menos así: durante el fin de semana decidí hacer un viaje relámpago a la costa y partí con mi vieja camioneta Chevrolet C10 rumbo al mar. Todo muy lindo,un par de días preciosos y lo necesario para pasarla bien. Pero se terminó pronto, claro, y había que volver a la cruda realidad.
A la vuelta (de ida manejé durante la mañana) decidí regresar de noche, para evitar el frenético regreso de los veraneantes de fin de temporada. El problema recién se hizo presente entradas las 22 cuando comenzó a llover torrencialmente, y bajo una tormenta eléctrica monumental descubrí que mi limpiaparabrisas no funcionaba.
Importante fue mi desesperación al notar que no podía ver ni medio metro en la espesa noche, así que decidí parar en la banquina mientras los camiones cargueros me hacían finitos quirúrgicos, estremeciéndome el alma y el extremo final del aparato digestivo, sacudiendo la pesada camioneta como si fuera un famélico manejando un taladro hidráulico.
Entre la debacle recordé que un viejo vecino verdulero me había contado una vez que si frotaba una papa pelada sobre el parabrisas, el almidón del bendito tubérculo haría resbalar el agua y me permitiría una visión óptima. Claro, la idea era genial, pero ¿de dónde sacaba una papa a las 22 de la noche, en medio del diluvio universal y al lado de la banquina de la ruta 6?
Me animé a manejar unos metros más buscando una lamparita que fuera indicio de presencia humana o extraterrestre, pues ya no le temía a nada. Al fin encontré una casita desvencijada al lado de la ruta, me bajé y toqué la puerta.
Patética fue la cara que puso la señora que abrió cuando, viéndome empapado y casi temblando, en vez de pedirle usar el teléfono, pasar a secarme, o ir al baño, le pedí una papa. Bueno, la sacó barata, podría ser un asesino, pero por suerte sólo necesitaba una papa.
La vieja volvió a los dos segundos con el solanum tuberosum cortado en rodajas y se quedó mirando asombrada cómo semejante energúmeno untaba su parabrisas armoniosamente. Imaginense la cara que había puesto antes cuando le comenté mis planes con la papa…
Dicho y hecho, el agua comenzó a resbalarse milagrosamente por el vidrio, cumpliendo la premonición del anciano verdulero, y así pude llegar a mi casa sano y salvo. Eso sí, con toda la movida tardé más de 10 horas en regresar, y recién sentí el calor de la sábanas a las 5 de la mañana bajo un estado mental la-men-ta-ble.
Ahora que saben mi aburrida historia sobre este arcaico dispositivo tecnológico ¿qué otros inventos caseros conoces que pueden resultar útiles en momentos de emergencia?
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