9 noviembre, 2012
Comprar un dispositivo electrónico fuera de un retailer autorizado puede ser, en algunos casos, riesgoso. Y si lo compramos en la playa de una estación de servicio a un precio sospechosamente bajo y en caja cerrada; bueno, puede ser todavía peor.
Jalonta Freeman, una ¿ilusa? compradora de gadgets de Arlington, Texas, estaba cargando combustible cuando, de repente, un hombre se le acercó y le ofreció un iPad de 800 dólares por solo 200. Una verdadera – y sospechosa – ganga.
¿Freeman dudó?, ¿Se negó?, ¿Llamó a la fuerza de seguridad más cercana? Nada de eso. Completamente convencida de la buena voluntad del vendedor, pagó los 200 dólares sin siquiera fijarse lo que había adentro de la caja. Así es, la inefable Jalonta a pesar de la actitud algo nerviosa del hombre (“El decía ‘ok, date prisa’, y esas cosas”, explicó) no solo pagó al contado, sino que tampoco se preocupó por ver que versión del iPad había comprado.
La sorpresa llegó cuando abrió el paquete. La parte trasera del “dispositivo” (si es que se le puede llamar así) por lo menos era de color metalizado, pero en el frente brillaba por su ausencia la pantalla: en lugar de ella había un papel impreso simulando la interfaz de iOS y debajo de él…un espejo.
Así es, Freeman tenía en sus manos, no un iPad, sino un pedazo de espejo por el que había pagado el precio equivalente a una Nexus 7 “0km”. “Esto está muy mal, yo nunca le haría esto a alguien”, exclamó ante la TV local, mientras se observaba en su propio reflejo y le exigía al estafador “conseguirse un trabajo”.
Jalonta se perdió del (improbable) negocio del siglo, pero por lo menos aprendió la lección: No comprarle iPads a completos desconocidos en la playa de una estación de servicio; seguramente te venderán “espejitos de colores”.
