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Derechos de autor: un pasaje de ida y vuelta


Una nueva entrega de esta sección donde los ejecutivos y personalidades más relevantes de la industria local plasman su visión sobre la tecnología y el mundo: en esta oportunidadm, Martín Carranza Torres, de Carranza Torres y Asociados, nos habla sobre el concepto de derecho de autor.

Derechos de autor: un pasaje de ida y vuelta

Qué niño no imaginó que alguna vez sería capaz de escribir una historia o de inventar la forma de poder volar. En el mejor de los casos el sueño le permitió, en ese instante de su vida, gobernar el mundo. “El mayor bien es pequeño”, decía Calderón de la Barca allá por el Siglo XVII. Razón tenía. La aguda simpleza de lo verdadero es parte de la madera con la que están tallados los niños. Aunque asome, también, una lejana idea de lo que más tarde representará permanecer en el tiempo, a través de su creación.

Cuando se atraviesa una edad en que no sabe bien todavía si la tierra es redonda y los barcos se desploman al final del horizonte, los derechos de autor son un conjunto de palabras que no figuran en el diccionario y que sólo puede resolver Google. Sin embargo, la precisión del concepto no invalida que los niños ignoren el valor de su invención. Y sus derechos, claro está. En ese caso, la transmisión habrá funcionado a la perfección. El niño habrá valorado la herencia cultural y reconocido en ella los aportes que muchas personas de todas las épocas han dejado, para que él sea el próximo engranaje de la rueda de los sueños.

La posta de conocimiento no es un capricho. La creación es propia del hombre; acaso, en la antigüedad, el faro que guió el camino; hoy, la plataforma del progreso. Pero la inventiva sin protección es una manojo de clones dispuestos a todo. La cultura romana que fuera madre del derecho occidental contemporáneo tuvo que lidiar con los mismos problemas.

“A mi libro lo hojean los soldados en sus destinos de ultramar, e incluso en Gran Bretaña la gente cita mis palabras. ¿De qué me sirve? Con ello no gano ni un centavo”, supo decir alguna vez el escritor romano Marco Valerio Marcial, escritor satírico y defensor de los derechos de autor. Es cierto, las palabras esbozadas por el escritor latino que pudieran haber salido de un ofuscado autor contemporáneo discutiendo el porcentaje de su contrato fueron emitidas en el Siglo I.

La importancia de los derechos no depende de su antigüedad sino de su relevancia política, económica y social del tiempo en cuestión. El pasado domingo 13 de junio, el cantautor argentino Andrés Calamaro declaraba a una revista: “Acepto que el CD haya sido el epitafio del LP y que el MP3 sea una forma práctica de almacenar tus canciones, lástima que se haya instalado el irrespeto por la propiedad intelectual”. ¿Alguien podría creer que el tecladista de la mítica banda Los Abuelos de la Nada, pertenece al selecto grupo del establishment discográfico?

La propiedad intelectual lleva varios siglos intentando detener el péndulo que separa el príncipe del mendigo -la industria de la piratería- para consagrarse como la herramienta posible que permite sostener la marcha financiera y creativa del mundo.

La literatura y la música son sólo dos expresiones y producciones culturales de la gran maquinaria industrial con la que funcionan los países. La protección del conocimiento no sólo implica beneficios para los países desarrollados que realizan grandes inversiones en Investigación y Desarrollo (I+D) sino que incentiva y favorece a las economías emergentes ofreciendo un canal seguro para crear, bajo la certeza de que los derechos derivados de sus invenciones estarán plenamente asegurados.

Se hace meramente esquivo imaginar a personas que dedican parte de su vida a la investigación y creación de cualquier producto cultural que no se les resguardan sus derechos de invención y exclusividad, puedan potenciar su desarrollo y conocimiento. ¿Cuál sería el incentivo?

El derecho de autor es el conjunto de leyes que ofrece un blindaje a las huellas que cada persona deja plasmada en las expresiones artísticas o de otra índole. En otras palabras, el ticket para poder soñar. Y si no protegiéramos ese pasaje, por carácter transitivo, no estaríamos permitiendo, en el universo mágico de los niños, dibujar la nueva camiseta de Kobe Bryan en la última versión para la play station o el comienzo de una nueva saga que supere a la de Harry Potter. En definitiva, no estaríamos dejando que los sueños algún día puedan hacerse realidad.

Por Martín Carranza Torres

Links de interés: www.carranzatorres.com.ar

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